viernes, 28 de marzo de 2014

CASTELLÓN Manzanares, infalible; Morante, inolvidable


POR: JOSÉ MIGUEL ARRUEGO
Castellón (España)Manzanares salió en hombros pero la gente salió hablando de Morante. La vuelta al ruedo del torero de La Puebla tuvo un peso similar a las tres orejas que paseó el alicantino. O incluso más. Porque la faena del quinto no es faena pasajera, sino de las que permanecen la retina y las entrañas de los presentes para los restos. Y eso que al toro, noble y obediente, le costó desplazarse, pero cuando acometió a las telas su viaje fue franco y claro. Y como Morante nunca le dudó, esperó que metiera la cara y le convenció de que tomara los engaños, la faena cobró altura. Luego fue la velocidad cero a la que Morante describió el toreo la clave para que el público entrara en éxtasis.
Quizá no sea del todo exacto decir que a Morante le correspondió el peor lote, pero sí el que menos se prestó de los tres en los que se compuso la escogida corrida de Juan Pedro y Zalduendo. Salvo los dos animales que abrieron plaza, el resto tuvo la virtud común de la calidad y la nobleza, si bien los dos que pasaportó Manzanares aunaron más parabienes que el resto. Bien porque les dosificó el castigo en varas, bien porque los acompañó sin apretarles ni exigirlos casi nunca en la muleta, ambos ejemplares le duraron lo suficiente para que sus faenas tuvieran continuidad e hilazón. Su infalible espada hizo el resto para redondear el marcador.
La media docena de muletazos de Finito al cuarto hubieran adquirido más protagonismo otro día. Pero en tardes así, con un protagonista tan definido, las comparaciones sí resultan odiosas. No obstante, el catalo-cordobés refrendó la imagen de Fallas y se postuló como telonero que revista esta temporada carteles de tronío y abolengo.
Manzanares fue el primer matador en abrir la Puerta Grande en La Magdalena. Y lo consiguió de golpe en el tercero, un toro notable, porque fue pronto, tuvo tranco y recorrido y colocó la cara en los engaños, incluso abriéndose tras cada muletazo. Ya en el capote apreció Manzanares sus cualidades y por eso dosificó su castigo en el peto. La faena de muleta, vistosa y de fácil consumo, llegó mucho al público, quien valoró más la ligazón y prestancia del alicantino que la reunión y las apreturas de las que carecieron los embroques. La estocada sin puntilla en la suerte de recibir fue determinante en la solicitud y concesión del doble trofeo.
Luego al sexto le cortó otra oreja por una faena de similar patrón a la anterior, ligada y fluida pero un tanto acelerada, frente a un animal noble y obediente al que acompañó mucho y molestó poco, y por eso potenció su duración. De nuevo su contundencia estoqueadora resultó fundamental.
La del quinto fue la faena de la tarde. Y de muchas tardes. Porque el modo de torear de Morante, tan entregado, tan embraguetado y sobre todo, tan despacio, con un temple casi milagroso. Sólo alguien con tanto valor y que torea con tanto aplomo como el genio sevillano es capaz de pensar en la cara del toro como hizo frente al noble y remiso astado de Zalduendo, de aguantar parones con esa naturalidad y de torear tan suelto de muñecas como si lo hiciera de salón, pero con el sentimiento y la gracia de los elegidos. Después de dos pinchazos y una lenta agonía después de la estocada aún le pidieron la oreja. Y la vuelta al ruedo fue de clamor.
No se desplazó de salida el primero de Morante, un colorado bajo y bien hecho, con la cara reunida y para delante, que tuvo nobleza pero le faltó pujanza. Le dio celo el sevillano en el inicio de la faena para después, dejándole la muleta en la cara y ganando un paso al frente, ligar dos series de gran naturalidad y expresión, con muletazos de trazo lento y figura erguida y relajada, aderezadas con adornos y un toreo por alto de enorme sabor. Le hubiera cortado una oreja pero pinchó antes de la estocada y saludó desde el tercio.
En el cuarto apareció el Finito de Fallas. Con un toro bravo de Zalduendo, que tomó los engaños humillado y con transmisión, el torero cordobés desperdigó, de mitad de faena en adelante, cuando acabó de conjuntarse con el toro, seis o siete muletazos cumbres, que en un festejo más austero artísticamente hubieran tenido más trascendencia. El toreo a dos manos y los remates de final de faena volvieron a dar entidad y consistencia a su obra, que se quedó sin premio por su fallo a espadas. Antes, saludó al primero con una larga de rodillas en el tercio. Cantó enseguida su mansedumbre el entipado burraco de Juan Pedro, moviéndose muy suelto y sin fijar en los primeros tercios, para rajarse y buscar abrigo en los albores del trasteo.
Plaza de toros de Castellón. Casi lleno. Cuarta de la Feria. Toros deJuan Pedro Domecq, notable el 3º; noble el 2º y manso el 1º yZalduendo, bravo el 4º; nobles 5º y 6º; Finito de Córdoba, silencio y ovación; Morante de la Puebla, ovación y vuelta al ruedo tras petición de oreja y José María Manzanares, dos orejas y oreja.

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